viernes, 17 de agosto de 2012

CUENTO TRÁGICO: "El guardián de la Bestia"

Hubo una vez en un mundo muy normal, una familia no muy normal en la cual nació un niño para nada especial. Salvo por un parto complicado que llevaría consecuencias graves a su madre en algunos años, todo parecía normal. Nadie asoció jamás las penurias que en la casa empezaron a darse desde la llegada del pequeño Ditto. Nadie lo culpó por las peleas, los temores y las ausencias. Era solo un niño que había llegado en un momento que se volvió crítico.

Pero Ditto sabía que no era así, algo le decía que todos los problemas de su familia empezaron cuando el apareció, y más notoriamente los de su hermano mayor. Cada noche sentía que alguien más habitaba en su interior, soñaba con este ocupante que parecía divertirse con atemorizarlo a él y a su familia. Una bestia de apetito insaciable y de una maldad demasiado palpable.

A pesar de haberse acostumbrado a su presencia, cada vez que la bestia salía y hacía de las suyas con su familia, a Ditto se le desquebrajaba el alma. Por ello, tomo una decisión vital, encerrar a la bestia para que nunca pueda lastimar a nadie más. Se encerró a sí mismo en una mazmorra y empezó a alejarse de toda persona alimentando así el miedo de lastimar a cualquiera que se le acerque demasiado.

Ditto creció en soledad, por decisión propia, y aprendió a encerrar la bestia en su corazón. Sin embargo, nunca le gustó estar solo. Miraba por las ventanas a los otros niños jugar libremente afuera y se preguntaba el por qué a él le tocaba ser el guardián de una bestia tan fiera. Algún día soñaba con correr con los demás, jugar, vivir una vida más normal.

Intentó salir al mundo varias veces, pero siempre que abría un poco su corazón la bestia empujaba por completo la puerta y alguien resultaba herido. Entonces comprendió que debería poner un escudo a su alrededor para proteger a los demás. Y así es como llevó una prisión sobre sus hombros, compartía con otras personas pero si alguien se acercaba demasiado el escudo lo repelía y así la bestia no podría hacer daño a nadie. La soledad era el justo precio a pagar por la seguridad de los demás.

Los años pasaron y la oscuridad dentro e Ditto crecía junto con su soledad. Hasta que un día apareció Noi. Noi era una persona llena de cicatrices, algunas aún abiertas y otras que parecían haber dejado una gran huella. Muchos querían estar cerca de Noi porque en su pecho llevaba una piedra muy preciosa que llamaba mucho la atención con una brillante luz. Un zafiro con luz muy brillante que opacaba a Noi. Tal era su esplendor que muchos por poseerla, intentaron arrancársela por la fuerza.

Pero Ditto veía más allá. Por alguna razón el zafiro no llamaba su atención, al contrario de esta extraña y bella criatura que lo portaba. Para Ditto, Noi tenía una luz propia mucho más hermosa que el mismo zafiro que llevaba en su pecho.

Pronto se llamaron la atención, dos seres así de extraños, como no hacerlo. Ditto sintió felicidad por primera vez en su oscura vida. Una luz rompía años de soledad con una simple sonrisa. Noi le hizo olvidar sobre la bestia, hasta el punto de asimilar que esa criatura jamás existió. A cambio, Noi sentía seguridad y cariño verdadero, algo que desde hace tiempo buscaba, ya no pensaba en que su piedra del pecho era todo lo que a los demás les podía interesar.

Ditto muy lentamente fue perdiendo el miedo y destruyendo sus muros, escudos y protecciones. Dejó su corazón desnudo y al descubierto ante Noi. Noi también mostró el suyo pero con algún reparo pues las cicatrices no se las había ganado en vano. Pero el proceso de liberación de Ditto costó tanto, que Noi muchas veces se cansaba de esta situación y buscaba quien juegue con su zafiro una vez más, a veces resultando con nuevas cicatrices ante los ojos de un impotente Ditto.

Ditto aprendía a ser libre a tropezones. No conocía un mundo al que se negó por miedo de dañarlo y cuando salió de su cascarón, fue como ser un bebé aprendiendo a caminar, burdo, insulso y a veces dando manotazos. Noi a veces lo ayudaba y otras simplemente se alteraban, había pasado ya por tanto que enseñar a otro a caminar no era parte de lo que soñaba o esperaba, era mejor vivir y cuidar su zafiro, ese brillante zafiro. No sabía que veía en Ditto, pero lo amaba, a su manera muy particular. Y Ditto también amaba a Noi, profundamente, quizá demasiado.

Al ser tan perturbadoramente distintos a veces no podían evitar lastimarse. No sabían, con comprendían cómo comportarse el uno con el otro. No habían conocido nada igual. A veces Ditto se sentía perdido y abrumado frente a Noi, sus andanzas, sus acciones y que siempre regresara con más heridas abiertas. Mientras que a Noi le desesperaba la inconsistencia e inseguridad de Ditto, sus necesidades, su búsqueda de pruebas. Sin embargo, siempre andaban juntos, sabían que siempre sería así, y se alegraban por ello.

Hasta que un día sucedió lo inevitable. Las emociones se volvieron tan fuertes que una sombra del pasado regresó. La bestia era real, muy real y había estado lastimando a Noi una otra vez hasta llegar a hacerlo berrear de dolor. Ditto al darse cuenta que su pesadilla se volvía realidad, y que si no hacía algo este monstruo insaciable devoraría a Noi, lo único que ha amado y le ha demostrado amor, decidió volver a encerrarse. Prefirió agonizar de soledad y confinar a la bestia, que ver sufrir más a Noi. Y Noi ya no era igual, pues se cansó de Ditto y sus temores y el monstruo que lleva dentro así que le pidió que se marchara, que no le hiriera más, que se largara de una buena vez.

Ditto con el corazón roto y una bestia a cuestas se encerró en la mazmorra. Sabe que la bestia solo morirá cuando él muera, pero es muy cobarde para tomar acciones con respecto a eso. Así q prefirió vivir siglos encerrado hasta que su cuerpo súcumba antes de lastimar a alguien más, no, no a cualquier alguien, a Noi, lo único en lo que piensa.

De Noi no se supo nada más. Quizá encontró el amor, quizá siguieron tratando de quitarle su zafiro hermoso hasta el último de sus días, o quizá descubrió que su luz es aún mayor, tal como se lo decía Ditto. Y la leyenda dice que si vas a un valle olvidado en el corazón del planeta, aun puedes ver a lo lejos una torre, con una mazmorra. Y que si te acercas puedes escuchar aún los susurros de una bestia voraz y adolorida, seguida de un suave y profundo susurro de una voz que dice “Noi”.

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